jueves, 1 de julio de 2021

Alícia en el bosque de las maravillas

 

Hi va haver un temps

Caminàvem tu i jo sols.

El bosc era casa.


Alícia Molina




Alícia Molina es narradora oral, actriz y filóloga catalana. Profesora de la especialidad de Artes Escénicas de la Escola Ginebró, y entre otras tantas andanzas,  creadora del Festival de Narración oral Cardemots. 

Para mí, Alícia es, sobre todo, una activista de la cultura, que allí donde siembra su entusiasmo, podremos estar seguros de que cultivará un espacio dedicado a las palabras y a las artes escénicas. Detrás de ella, encontraremos un montón de personas sedientas de asombro, que la seguirán donde haga falta, para acabar plenos de ese alimento indispensable para el alma: el arte.




¿Alícia, cómo nace en ti esa semilla creativa que te ha hecho explorar las artes escénicas? 


Lo primero que me viene, es mi imagen, de pequeña, delante de un mueble que había en el comedor, que tenía un espejo enorme, allí empezaba a explicarme historias. Otro lugar al que me gustaba ir mucho, a pesar de que le tenía mucho miedo, era la habitación de mi abuela; que tenía un armario con espejos en forma de dos lunas. En ese espejo yo me podía ver por delante y por detrás. Entonces yo allí comenzaba a ponerme ropas. Pasaba horas y horas allí con mis personajes. Escribir también siempre me ha gustado. Y recuerdo a los 11 años empezar a escribir, como queriendo dejar constancia de mi vida. Mi hermana que trabajaba en una oficina, me regalaba un montón de papeles, y eso era como mi diario. Desde entonces no he parado de escribir. 



¿Cómo fue germinando esa semilla? 


En el colegio comenzábamos hacer cositas de teatro y eso siempre fue un momento de diversión y de creatividad. Salir de mi misma y explorar, eso fue un placer. En Sant Adrià donde yo vivía a los trece años, entré en un centro de excursionistas y no paré de hacer cosas, entre otras cosas, tuvimos un grupo de teatro. 

Después la vida me llevó a una granja escuela, y todas las historias que yo iba escribiendo me encontré que las podía explicar a los niños y niñas. Yo era como un duende que salía en la noche, detrás de un alcornoque milenario enorme, que había; yo esperaba a los niños allí, muerta de miedo (risas), y luego aparecía ese duende que les explicaba historias.   

Con mi primer hijo, el bosque era una fuente de inspiración: los recovecos que nos íbamos encontrando, los túneles naturales… Yo le explicaba historias sobre los guardianes del lugar, creaba personajes e historias. 

Un día en el año 1997, se da la oportunidad de la primera "Hora del Cuento", y es cuando ya comienzo a explicar cuentos de forma profesional. Más adelante en el 2001, algunos padres de la escuela de mi hija, la escuela Dolors Graners, iniciamos lo que sería un grupo de teatro abierto a cualquier persona y esto es 10 de deu teatre, que aún seguimos. Yo siempre he estado al lado de la palabra y el juego. 






¿Cuáles han sido los abonos que te han ayudado a hacer crecer esa creatividad que hay en ti? 


La soledad. En las tardes de siesta, mientras todo el mundo estaba durmiendo, yo leía. El aburrimiento, la curiosidad. Las excursiones con mi padre al bosque. A los 11 años tuve una maestra, Anna Vicent, que también fue como un ventanal de luz en mi vida. Ella nos abrió su corazón y toda su manera de entender la vida y nos preparó para ella. 


¿Cuáles son los  frutos o las flores has recogido con tu trabajo? 

La oralidad estaba muy ligada a mi día a día, sin embargo, cuando tuve consciencia de la profesionalidad de la narración, sentí cierto vértigo. La narración oral y las artes escénicas me han ayudado a vencer esos miedos, esas inseguridades. El arte me ha ayudado a tomar confianza en mí misma, ha sido como una necesidad, pero al mismo tiempo he tenido que romper vestiduras de miedo que llevaba puestas. A través de la narración he conectado con el juego y el placer. Es como sentirse envuelto por algo divino. 


¿Qué valores siembras con lo que haces? 

Conexión, juego y bondad.


¿Cuáles son tu pico y tu pala? ¿Qué herramientas usas para cultivar esos valores?
 
El otro y la curiosidad. Con el Teatro de los Sentidos pude evidenciarlo, en ese trabajo íntimo que se hace de tú a tú. 


Imaginemos que Alícia no es artista escénica, en el imaginario natural, ¿qué serías? ¿Qué tendrías? 

Un bosque. El bosque es mágico, misterioso, salvaje…

Y da miedo…

Tiene sus luces y sus sombras. El bosque te provee de muchos alimentos salvajes: piñones, moras, madroños, bellotas. Me gusta el alimento salvaje. 






miércoles, 16 de junio de 2021

Un ser extraño


 Estas palabras van dedicadas a mi papá, quién hoy cumpliría 92 años. 

Cuando llega cada 16 de junio, recibo con alegría el día, porque es una oportunidad para recordarlo con consciencia y amor.

 

Este escrito lo hice como ejercicio para un taller de escritura que tomé, cuando recién me instalaba en España. hará ya unos 19 años.  La consigna era describir a un personaje extraño. No pude describir un personaje fantástico.  Lo primero que me vino a la cabeza fue mi papá. Lo curioso es que este texto me acercó a él. Por eso le tengo especial cariño, por eso no le he corregido ni una coma. 



Un Ser Extraño

Físicamente se parecía a sus hermanos, sobretodo a Froilán. Ambos usaban sombrero, tenían ese don del oído musical y eran los más buenmozos. Aún de viejos seguían siendo guapos. Eran unos galanes de sombrero y gabardina. De camisa a rayas y caballo. Caballeros, señores de punta en blanco.

 

Las nubes que veía mi papá desde su patio en el Ávila

                      

Yo a veces lo miraba hacer sus cuentas, no usaba calculadora, no le gustaba, tampoco la entendía. Prefería anotar sus números en una libreta y sacar porcentajes de memoria. No era bueno con los aparatos electrónicos, peor aún, no sabía poner una bombona de gas. No sabe hacer café, depende de otros buenos hombres y muchos otros dependemos de él.

 

En su cumpleaños recibió de regalo un televisor nuevo, con su respectivo control remoto y su manual de instrucciones. El televisor sigue en la misma mesa donde lo colocaron la primera vez, el control no sirve para nada y el manual ya debe estar extinto en algún quemadero de basura. Una noche me acerqué molesta y le dije:

 

¿Por qué escuchas el televisor tan alto?

 

Salí destrozada, casi me provocó lágrimas de ternura su respuesta sencilla:

 

                      No sé como bajarle el volumen, está igual que como lo pusieron.

     

Le enseñé. No sé si lo usa pero me tomé el tiempo para explicarle cada botón por si las dudas quisiera otro día cambiar de canal.


Pájaros que veía pasar mi papá por su cielo en el Ávila


Este extraño ser se levanta muy temprano todos los días, excepto los martes y sábados, los días en que le toca madrugar para ir al mercado. Este extraño ser mete sus manos limpias en la tierra y de esa misma tierra saca frutas y flores. Ha visto crecer algunos arboles, ha bebido y comido de la semilla que sembró.


Lo he visto construir muros de piedra, sellar con sus manos gastadas este rústico trabajo  arquitectónico. Lo he visto sonreír y pienso: "Ése extraño ser está muy cerca".

 

Cada vez le abro más la puerta porque tengo fe en sus palabras amables, porque seguro en su soledad me recuerda, porque lo imagino llegando con paso pausado a la casa.

 

                                                                                                  Mi papá llegando a casa 

                      

La extraña soy yo, que sí sé usar el televisor, que estoy en Barcelona en un taller de escritura, construyendo ficciones. Yo, la extraña que ha leído Kafka, que le gusta Cortázar, que sabe quién fue Borges. Mientras él,  en su mundo de infinitas verdades, es la cabeza de una familia que no sospecha de mi presencia ajena. Es el señor Francisco Borges, Aureliano como lo conocen todos. Aureliano que un buen día me llenó de bendiciones. Yo soy la hija de Aureliano. Si le preguntan a él quién soy dirá:

 

                      Mi hija Irma, la chiquita, la menor, la maraca de la casa. Está en España haciéndose artista.



                                                Una de las últimas veces que te despedí antes de volver a Barcelona 

viernes, 23 de abril de 2021

Les Ailes en Papier

 

J'ai écrit Les Ailes en Papier après avoir regardé mon fils, notre petit voisin et  d'autres enfants qui cherchaient la manière de continuer à être des enfants, tout cela malgré la contrainte de ne pas pouvoir quitter la maison à cause du confinement que nous avons subi en 2020.

Pour eux, et en particulier pour Nico et Bruno.


Les illustrations sont de Liliana Infante,

qui a également ouvert ses ailes et laissé voler son pinceau.


Le texte a été traduit en français par mes cousins Carine et Léo...   c'est pourquoi des enfants francophones peuvent écouter ou lire Les Ailes en Papier.



Ma maison possède une cour dans laquelle pousse un cerisier. C’est l’endroit que je

préfère. J’escalade son tronc pour atteindre ses branches fragiles, qui en ce printemps

sont en fleurs.


Les pétales tombent sur le sol poussées par la brise, ma cour ressemble à une prairie

enneigée. Le cerisier me donne l’impression d'être dehors.




Depuis qu’on ne nous laissent pas sortir, je peux entendre davantage le chant des 

oiseaux. En ce moment, il y a des hirondelles. Elles font leurs nids sur les balcons qui

sont dans notre cour. Parfois, je grimpe sur le cerisier et je les écoute. Je n’ai rien d’autre

à faire pendant cette longue attente.


Je sais qu’à côté de ma maison il y a une autre cour semblable. Bien que je ne puisse pas

la voir à cause du mur qui nous sépare, je sais qu’il n’ y a pas de cerisier car je n’aperçois

aucune branche.


Parfois, j’entends la voix d’une petite fille qui joue seule, elle invente des histoires qui me

font rire en silence. Ressent-elle la même chose que moi?


J’ai décidé que je lui enverrai un message: 


« Salut, je suis ton voisin. Comment est ta cour? Luca »


Aujourd’hui, j’ai reçu une réponse:


« Salut. Dans ma cour il y a des massifs de fleurs: des géraniums et des pétunias. Parfois

je t’entends jouer à la balle. Je m’appelle Maria. »




Avec Maria, nous avons inventé un code secret au cas où quelqu’un intercepterait nos

messages. Nous avons aussi joué à la bataille navale et nous avons inventé des histoires

ensemble mais je ne pouvais la voir, le mur est trop haut.


Hier, nous avons essayé de jouer au volley ball mais la balle est arrivée chez l’autre voisin

qui est sorti très fâché et nous a demandé si nous trouvions cela normal de nous envoyer

la balle par dessus le mur.


Ensuite la pluie est tombée pendant deux jours. Nous avons passé plusieurs jours à la

maison. Le cerisier n’a plus de fleurs. Et nous ne savons rien...




Depuis que je connais Maria, je suis plus heureux. Maria sait faire beaucoup de choses en

pliage. Elle a essayé de m’apprendre mais je m’emmêle les pinceaux.


Elle m’envoie les messages secrets sous forme de pingouins, d’oies, de grues et

d’hirondelles. Je lui envoie des bateaux et des avions, c’est tout ce que je sais faire.


Maria m’a dit que lorsque tout cela serait terminé, elle m’inviterait chez elle, nous ferions

du pop corn et elle m’apprendrait à faire de l’origami. Je lui emmènerai une poignée de

cerises.


Quelques fois, je sens que j’aimerais donner un coup de poing dans le mur pour casser

cette distance. Parfois, j’entends pleurer le petit frère de Maria, il pleure pour un oui ou

pour un non. Il n’est pas patient. Parfois Maria est triste. Je le sais.


Un jour, papa a sorti la guitare, l’a dépoussiérée et nous avons chanté un moment. 

La musique traverse n’importe quel mur. C’était amusant.




Maria a eu l’idée que nous fassions un portrait l’un de de l’autre sans nous connaître.

J’aime bien, comme ça je peux la voir comme je me la suis imaginée. 


Le temps passe. 


Je grimpe à l’arbre, regarde le ciel, j’imagine des formes dans les nuages. 


Dans la cour d’àcôté, Maria me tient compagnie. 


Et je lui tiens compagnie.





Alas de Papel


Alas de Papel lo escribí observando a mi hijo, a nuestro vecino y a otros niños que buscaron la forma de seguir siendo niños, a pesar de no poder salir de casa por el confinamiento que vivimos en el 2020. 

Va para ellos.  En especial para Nico y Bruno.


Las ilustraciones son de Liliana Infante

quién también abrió sus alas y dejó volar su pincel. 



Mi casa tiene un patio, allí crece un cerezo, para mí es lo mejor de toda la casa. Trepo por su tronco hasta llegar a sus débiles ramitas que ahora, en primavera, están en flor. 


Los pétalos caen al suelo con la brisa, entonces mi patio parece un prado nevado. El cerezo me hace sentir que estoy afuera. 




Desde que no dejan salir, puedo escuchar más a los pájaros. En este tiempo hay golondrinas. Hacen sus nidos en los balcones que están sobre nuestro patio. A veces, subo al cerezo y las escucho. No tengo nada más que hacer en esta larga espera.  


Sé que al lado de mi patio hay otro idéntico y, aunque no puedo verlo por el muro que lo separa, sé que no hay un cerezo porque no alcanzo a ver ninguna rama.


A veces escucho la voz de una niña que juega sola, se inventa historias y me río con ellas, pero en silencio. ¿Sentirá lo mismo que yo? 


He decidido que le enviaré un mensaje: 

“Hola soy tu vecino de al lado. ¿Cómo es tu patio? Lucas”.


Hoy he recibido respuesta: 

“Hola Lucas. Mi patio tiene macetas de flores: geranios y petunias. A veces te escucho jugando a la pelota. Soy María”.




Con María hemos inventado un código secreto, por si alguien intercepta nuestros mensajes. También hemos jugado a la Batalla Naval, Stop e inventamos cuentos juntos, pero no puedo verla, el muro es muy alto.


Un día intentamos jugar voleibol, pero la pelota fue a parar al patio de otro vecino, que salió muy enfadado y nos dijo que si nos parecía normal pasarnos la pelota a través del muro. 


Luego vinieron dos días de lluvia. Tenemos muchos de días en casa. El cerezo ya no tiene ni una flor. Y no sabemos…


Desde que conocí a María estoy más contento. María sabe hacer muchas figuras de papel, ha intentado enseñarme, pero me hago un lío. 


Ella me envía los mensajes secretos en forma de pingüinos, de ocas, de  grullas y de golondrinas. Yo le envío barcos y aviones, es lo que sé.


María ha dicho que cuando esto pase me invitará a su casa, haremos palomitas y me enseñará a hacer origami. Yo le llevaré un puñado de cerezas.


A veces, siento que quiero darle un puñetazo al muro y romper esta distancia. A veces escucho llorar al hermanito de María, llora por cualquier cosa. No sabe esperar. A veces María está triste. Lo sé. 


Una tarde papá sacó la guitarra, le quitó el polvo y cantamos un rato. La música sí que atraviesa cualquier muro. Fue divertido.


María ha tenido la idea de que hagamos un retrato del otro sin conocernos. Me gusta, así, puedo verla como yo la quiero en mi imaginación. 


El tiempo pasa. 


Yo subo al árbol, miro el cielo, adivino formas en las nubes. 


Desde el patio de al lado María me acompaña. 


Y yo a ella. 





domingo, 14 de marzo de 2021

Pensamientos de una leona

#HistoriasDePioneras


Aquella soledad era conocida. Teresa se detuvo delante del piano. Lo miró fijamente, repasó con la yema de sus dedos la llana y pulida figura. Cerró los ojos. Tanto se conocían, tanto habían batallado juntos y ahora se le antojaba ajeno. Su pena no le afectaba. Él quedaría intacto en aquel salón, inmune a los males humanos. Él, se silenciaría por un tiempo, y después, volvería a sonar en otras manos. ¿Quién se acercaría a su regazo y entonaría los conocidos valses y merengues? 


Inconsciente, su mano izquierda se aproximó a la parte grave del piano, y una pulsación marcó el ritmo del conocido vals venezolano, enseguida la mano derecha comenzó a cantar la melodía que tanto amaba. El recorrido travieso de ésta por el interior del instrumento hasta despegar sus alas, fue fugaz. La música volaba por la estancia alegremente, como también lo había hecho ella en su escasa niñez. 


Ahora sus caderas se ceñían firmes a la butaca, la espalda erguida se balanceaba serena y los hombros acompañaban la cadencia de un extremo a otro del instrumento. La memoria sobrevino sin remedio. “Teresita, no corras y portante bien”. La voz suave de su hermana vibró en sus oídos.  Aquella vez la apartaban de los olores de su infancia, de la luz transparente que atravesaba las orquídeas, de su querida Emilia. “Cuando tenga una hija, se llamará como tú”. Respondió la niña, y así fue. 


No corras Teresita, no corras. Había escuchado tantas veces aquella advertencia y su vida le había pedido en otras tantas ocasiones ser vertiginosa.  Aquel otoño su padre se encorvó para llegar hasta sus ojos: 

—Recuerda Teresita, ve pausadamente hasta el piano. No corras. Tocarás para el presidente—.


Ella caminaba y daba saltitos entre un paso y otro,  porque no podía esperar más; miraba a su padre y seguía ávida en dirección al piano. Se sentó en la butaca solemne y sus pies se inclinaron para alcanzar los pedales.  Ya de niña conocía cada víscera de su instrumento, con las primeras notas supo que aquel estaba desafinado. Un arrebato la dominó, y la improvisación fue su salvadora, desde entonces sería su aliada. 


Pausa. El vals Mi Teresita se ahogó repentinamente en las manos de aquella mujer de 63 años. Aún con los ojos cerrados la sorprendió el Cuarteto de cuerdas en Si menor entrando en su cabeza. El ritmo abrigó a la melodía y el alud de pensamientos estalló en sus dedos. “Adiós Emilia, hija. Recuerdo tus tiernas manitas entre las mías. No te olvidé nunca. Nunca.”  


Ahora componía, la leona despertaba a la caza del dolor. “Corre Teresa, corre. Soy fuerte, mis manos son fuertes. Soy la Liszt hembra. Yo protejo a mis crías. Les doy su sustento. Soy La Carreño”. 




Los brazos se alzaron brevemente y con tono dulce acarició de nuevo a su fiel testigo. “Tú eres mi único compañero leal”. Hubo un silencio, y después, los acordes se superpusieron unos a otros y sus vivaces manos dejaron escapar el sufrimiento que las mantenían en reposo. 


“Teresa hija, este mundo es de hombres”. Agotada dejó que las frases nadaran libres y el hormigueo la envolviera por completo. “Madre, volví en dos ocasiones. Regresé a Venezuela. Mi añoranza se vio recompensada”. Los flashes llegaban como espejismos, ojos de mujeres desconocidas la seguían. El calor del trópico que respiró en aquellas visitas, tenía toxinas. Sus manos saltaron a lo largo del piano y los acordes atravesaron su cuerpo.  “Mi voluntad no la doblega nadie”. Los susurros perseguían sus pasos. “Divorciada” “Es una mujer divorciada” “Divorciada, por tercera vez”. Teresa respiró tranquila, una lágrima humedeció el fino algodón de su falda. De aquello sólo quedaba la reminiscencia de un aroma en la memoria. Y así, despacio, la melodía volvió sosegada. 


“Mis manos en las suyas, las de Brahms". Teresa, inspiró. "Mi estimada Teresa, usted no es una pianista, usted es un pianista.” Ahora Teresa sonreía cariñosamente y recordaba sus siete partos.  Cuando todo el mundo la creyó agotada, sus manos ligeras improvisaron sin descanso. “Ella compone mientras ejecuta”. Ella, la valquiria del piano. En éste, su concierto más íntimo, añoraba la lluvia de aplausos que la cubría después de actuar. Y, en una pausa imperceptible pensó que todo era efímero.  Ella sobretodo. Tan sólo huesos y carne haciendo vibrar el eco de un instante. 


Sus manos descansaron un momento, y luego, los pensamientos la llevaron a la Marche funèbre. “Gracias padre. Siempre creyó en mí. Usted no me desanimó por ser una muchacha. Mis manos no saben bordar otra cosa que no sean notas sobre el piano.” 


Su sufrimiento resonó sin pausas, y la feroz despedida avanzó sin remedio. “¿Cómo puedo dejarte a ti, que has sido mi única patria, mi ancla, mi voz?”


Unos días más tarde, el 17 de junio de 1917 el New York Times recogería esta frase: “Es la mejor pianista que haya vivido jamás.” Entonces en aquel salón, sólo habitaba el silencio y el tiempo. 




viernes, 4 de diciembre de 2020

Un fin de semana liberador


"No vivo en las sombras. Vivo en las formas, las recorro con la vida, las recorro con la herida. Esa, que abre brecha entre tu mirada y la mía." 

(Fragmento del texto de A Tientas) 


Cuando empecé a estudiar artes en la Universidad Central de Venezuela, una de las palabras que me cautivó, y que desde entonces me acompaña, es la palabra catarsis. Es curiosa su definición, y aquí la comparto: 


f. Efecto purificador que causa cualquier obra de arte en el espectador:

las tragedias griegas llevaban a la catarsis a los espectadores.

1. Expulsión espontánea o provocada de sustancias nocivas al organismo.

2. P. ext., eliminación de recuerdos que perturban el equilibrio nervioso.

La catarsis es una experiencia purificadora de las emociones humanas. La palabra proviene del griego κάθαρσις (kátharsis), que significa 'purga', 'purificación'.


Catarsis, para mí implica definitivamente quedarse liberado, pero esa liberación transita por el dolor. Esa expulsión que purifica, pasa por lo nocivo, por el recuerdo insondable, por la oscuridad.


Cuando voy de espectadora al teatro busco experimentar una catarsis, cuando eso no pasa, es decepcionante. Me gusta ver un espectáculo y salir “tocada”, que mi alma se resista, que mi alma se alegre, que mi alma llore, que mi alma se transforme. 



Este fin de semana tuve dos experiencias teatrales, y estoy muy feliz, primero porque al fin pude volver al teatro, por fin las actividades culturales vuelven a estar en el catálogo de posibilidades para el fin de semana. Eso sí, no pude ir muy lejos y tampoco hizo falta. Mi suerte es que vivo en Cardedeu, y aquí tenemos el TAC, que no es un examen médico precisamente, sino el Teatre Auditori de Cardedeu, un espacio que tiene una programación tan diversa como de calidad.  


La segunda razón por la que estoy feliz es porque una de esas experiencias Suite TOC núm 6 de la compañía Les Impuxibles, tocó mi alma. Primero hubo una batalla por no entrar, mi corazón se resistía a escuchar lo que me estaban contando. La obra que narra la experiencia de una persona con diagnóstico TOC.  Como he trabajado con personas con diagnóstico de trastorno mental, mi psique estaba allí mirando al milímetro cada palabra, cada acción. Sin embargo, poco a poco el reclamo de Ariadna y Clara Peya llegaron a mí, y pude desmoronarme, pude sollozar, también reírme.  


Salí en silencio, sin ganas de hablar, quería tan sólo escucharme, y recordar las palabras de ellas, vistiendo sus propios personajes, representándose a sí mismas.  Acompañadas de un equipo de artistas excepcionales, esta pieza teatral desborda música, danza y dramaturgia de excelencia. Un trabajo duro como una piedra (y al mismo tiempo lleno de ternura), que me sacó de mi sitio. Por eso salí con ganas de ver y escuchar todas sus obras, las de Ariadna Peya y las de Clara Peya, de seguirlas, de contemplarme en sus creaciones. No quiero hacer una reseña sobre su espectáculo, ya las hay, tan sólo quiero decir que tenía tiempo sin que un espectáculo me conmoviera tanto, y por supuesto me pareciera tan redondo, tan inclusivo, tan vivo, tan sincero. 


La tercera razón, fue acompañar una vez más, a mi querida amiga Isabela Méndez en su monólogo A Tientas. Espectáculo que gracias a la amplia mirada que tiene el equipo de programación del Departamento de Cultura del Ayuntamiento de Cardedeu, pudo estar este año en el TAC como una de las opciones para GPS (Girem Propostes Singulars). ¿Curioso el nombre verdad? Un GPS te ayuda a ubicarte, a llegar a los lugares; estoy convencida que las obras de Girem Propostes Singulars, también.  




"Para llegar hasta aquí se atraviesan muchos semáforos. Cualquiera puede hacer eso. Todos ustedes lo han hecho con facilidad. Yo en cambio, para llegar hasta aquí atravesé mares."

(Fragmento del texto de A Tientas) 


Tuve la oportunidad de compartir con Isabela la construcción del texto de A Tientas, y excepcionalmente, esta vez, en una charla sobre el proceso creativo. Otro regalo del TAC. 


La obra de Isabela está hecha a medida de sus necesidades. Hablamos de un formato pequeño, que navega entre la narración oral y el monólogo.  Pocos elementos y la palabra. Desde un escenario desnudo Isa nos cuenta sus tránsitos por la incertidumbre, por su proceso de aceptación. Ya que su diagnóstico de baja visión, le ha requerido, por largos años, un esfuerzo enorme dentro de su carrera como actriz. Cuando Isabela cuenta su recorrido por esa aceptación en escena, también nos ayuda a comprender las emociones de todas las personas que pasan por un proceso singular.  Sus luces y sus sombras. ¿Quién no necesita aceptar sus límites para poder seguir creciendo? 


Durante la charla en el Teatre Auditori de Cardedeu 


Tal vez, ellas, las creadoras de A Tientas y Suite TOC núm 6 también llegan a la catarsis cuando interpretan sus experiencias en escena.  Ambas obras hablan de salud, ambas obras nos interpelan para celebrar la empatía con el otro, ambos espectáculos son una muestra de generosidad por parte de sus intérpretes, quienes no sólo muestran en escena sus talentos, sino que dignifican su humanidad por encima de todo. 


¡Fue un fin de semana de catarsis! ¡De liberación! Y es que volar implica soltar, ir ligero de equipaje.  Ya llega otro fin de semana. ¿Qué estás esperando para ir al teatro? No se sabe dónde, ni cuándo, puede estar esperándote una catarsis. 





viernes, 17 de julio de 2020

1984, 1Q84, 2020, 2O2O

¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante los ojos si no los cierro?

George Orwell, en 1984
       


Desde marzo tengo la sensación que algo ha cambiado. Es algo que no logro percibir, sólo lo siento. 

Durante el confinamiento, pasaron cosas “fuera” que no entendí y que de algún modo no viví. Fue como un borrón y cuenta nueva, como si limpiar los armarios era otra manera de registrar dentro, y también sacar lo que ya no necesitaba en mi vida. Cuesta practicar el desapego. 

Cuando salgo a la calle, al parecer, nada ha cambiado. Excepto porque, con suerte, apenas veo los ojos de las personas. Difícil es adivinar qué estado de ánimo llevan. Intuyo un ritmo más agitado, un tránsito menos certero. No sé. Cruzo la acera si viene alguien de frente, volteo la cara si alguien vocifera. ¿Cómo saludo? ¿A quién puedo abrazar? ¿Dónde puedo refugiarme? 

Mi ignorante coherencia, ve trayectorias ilógicas. Veo guantes, veo mascarillas, veo algo como una especie de protección, que de alguna forma me hace sentir más indefensa, delante de “eso” que ha cambiado. 

Como muchas personas aproveché los días de estar en casa para coger uno de los gruesos libros que no me llevaba al tren y leerlo. Elegí la trilogía 1Q84 de Haruki Murakami.  Me había llegado por suerte el día de Reyes, y pensé que era un buen momento para leerlo. 



Su título, hace alusión al clásico de George Orwell 1984. Sin embargo, esta excusa narrativa le sirve a Murakami sólo para plantearnos el momento, el año, en que ocurre su historia. De vez en cuando nos señala aspectos incluidos en 1984, pero el centro narrativo es otro: una brecha que se abre entre dos mundos, la realidad y la ficción. Dos personajes: Tengo, un licenciado en matemáticas que da clases en una academia, quien lleva una vida tranquila, corriente, y que aspira a ser escritor.  Aomane, una chica con un pasado hostil, con emociones complejas, cuyo destino la convierte en una asesina muy sofisticada.

Un día de camino a cumplir con uno de sus encargos, Aomame se da cuenta que algo ha cambiado a su alrededor. Empieza a notar pequeños cambios, situaciones que ella no ha vivido, o de las que no se ha enterado. Hasta que un fenómeno natural le revela claramente que ya no está en 1984, sino en 1Q84.

Ambos tienen un pasado común, y también un sentimiento puro que los une. Dentro de esas vidas ambiguas, hay una causa, una sinrazón que los lleva a buscarse el uno al otro. Amor. 

Me gusta leer a Murakami por muchas razones, y una de ellas es que en su escritura reflexiona sobre el mismo hecho de escribir. Tengo, escribe, lo hace con constancia, pero no logra cautivar a Komatsu, editor con quien mantiene una amistad distante y quien le encarga revisar un texto escrito por una joven de 16 años, para ganar un concurso. En el proceso de corrección de la obra, Komatsu le explica a Tengo un detalle sobre el oficio de escribir: 

 “Cuando en una novela se incluye algo que ningún lector ha visto en su vida, es necesario describirlo con todo detalle y precisión. Lo que se puede obviar, o lo que se tiene que obviar, es la descripción de cosas que el lector está harto de ver.” 

Así Tengo describe dos lunas, de forma precisa. Son esas dos lunas las que empieza a ver Aomame flotando en el cielo nocturno. Las que le indican, sin duda, que ha cruzado una puerta sin retorno. 

Más adelante, Aomame decide tomar otro encargo, que implica más riesgo, una decisión que suma de forma substancial la carga que lleva en ese “nuevo año” “nuevo mundo”. Al tomar la decisión le pide a Tamaru, otro personaje central de la trama, que le consiga un revólver. Citando a Chéjov, y en la voz de Tamaru, Murakami vuelve a hablarnos del arte de escribir: 

“Cuando en una historia aparece un arma de fuego, ésta deberá ser disparada”. 



Al llegar al final del libro, la pistola sigue siendo un objeto amenazante, pero la profecía dramática planteada por Chéjov, cae en bolsillo roto. La voz narrativa de Murakami, es otra. Larga, pausada, no necesita disparar. 

Así es como yo percibo aún este año, así es como observo la tortura de los mensajes constantes del COVID-19. Así es como vivo la agonía de la desestructura política de Venezuela, como una grieta insalvable entre lo que fui, lo que proyecté y lo que no sucedió. Nadie dispara, pero la amenaza se lleva vidas todos los días. 

Aomame consigue salir de aquel año, y llegar a otro, con la certeza de que no regresará nunca a ese 1984 que dejó. Nosotros hemos abierto una puerta, intentamos seguir con nuestras vidas, pero la puerta ya está abierta. A través de ella nos acercamos más a la visión distópica de Orwell, un futuro que nos sobrepasa como humanos. 

En nuestra sociedad ya hay dos mundos que bailan juntos. Uno que agoniza y otro que se arrastra sigilosamente, entra en nuestra casa, nos acompaña todas las horas del día, nos da respuestas, nos dice que es lo que necesitamos. La magna presencia de la tecnología nos vuelca sobre experiencias que amenazan nuestra intimidad. Nos da soluciones. Nos hace sentirnos creativos sin apenas jugar. Nos hace dos. Estamos en todas partes y en  ningún lugar. 

Pictograma de la película 1984


Esa escucha constante, no nos permite ser portadores de ninguna novedad. Todo está en las redes. Hemos caído en las redes. Y mientras los humanos nos sentimos protegidos porque salimos con mascarillas a la calle, otros piensan cómo avanzar en ese camino.

Cuando estoy en la calle y llevo la mascarilla, mi cuerpo comienza hacerse preguntas. Se siente de alguna forma amordazado. La expresividad se reduce, mis brazos dudan, mi visión es sesgada. Mi corporeidad le va susurrando a mi intelecto: no mires, no hables, no escuches, no respires, no bailes. Hago un sobreesfuerzo por entender que todo tiene un objetivo y obviamente, comprendo su importancia. Sin embargo, las pocas respuestas eficaces de los líderes me hacen dudar. ¿Son los líderes verdaderas  proyecciones de lo que somos en conjunto?

En su trilogía Murakami también explora la figura del líder, el ser elegido, el que escucha la voz. Quien nos expone la norma, a quién seguimos ciegamente. El que, de alguna forma, mantiene el equilibrio entre el bien y el mal. ¿Qué decisiones esperamos de nuestros líderes? ¿La censura? ¿La norma? ¿El orden? ¿El nuevo orden? 

Un de las cosas que me cautivó de Aomame, era su capacidad de riesgo. Su autenticidad, una especie de pureza dentro de la distorsión. Gracias a ella, los protagonistas llegan a ese otro 1984. 

¿Habrá otro camino para salir de este año y llegar a otro? ¿O sólo inventaremos mascarillas con emoticonos para decirle al de enfrente cómo nos sentimos?

Al final de la novela, cuando el padre de Tengo muere, Murakami rescata, en un breve diálogo, la condición humana: 

—Me parece terrible que haya gente que muera sola, sea cual sea su circunstancia. En este mundo hay un gran agujero y debemos mostrarle respeto. Si no, el agujero nunca se cerrará

Respiro y comienzo a entender cómo me siento, y sólo así, puedo poner palabras a ese cambio que percibo: vulnerabilidad, incertidumbre, distopía. 


     

lunes, 4 de mayo de 2020

Otra vez, un cuento

Un cuento propio que comparto por aquí para los niños y niñas que están en casa durante estos días tan raros. Esta publicado en mi página de Facebook donde encontraréis otras historias y apuntes.
¡Qué lo disfruten!

El barco de María Isabel












miércoles, 15 de abril de 2020

Un refugio sin corazas


“La cibercomunidad naciente encuentra refugio en la realidad virtual, mientras las ciudades tienden a convertirse en inmensos desiertos llenos de gente, donde cada cual vela por su santo y está cada cual metido en su propia burbuja.”


Eduardo Galeano




Ya tenemos un mes en casa. La palabra confinamiento forma parte de nuestro cotidiano. Se instaló como una orden más, de esas que vamos asimilando poco a poco, sólo que ésta llegó un día y se quedó.  Me pregunto: ¿Cómo regresaremos a aquella vertiginosa rutina? ¿Cómo salvaremos la distancia social que se nos han impuesto? ¿Cómo aprenderemos a reconstruirnos, a reinventarnos? ¿En qué medida sabremos quitarnos esta coraza que nos protege? ¿Dónde guardaremos el miedo? 

Cuando tenía trece años viví el Caracazo. Fue la primera vez que vi militares en las calles de Caracas sin que su presencia no formara parte de un desfile, de una coreografía, por alguna fecha patria.  Aquel caos encendió en llamas una fábrica que lindaba pared con pared con la casa donde vivíamos alquilados. Así que los cimientos empezaron a resquebrajarse, y la erosión hizo que no fuera seguro que siguiéramos allí. Había toque de queda.  Mi cuñado vino como un superhéroe a rescatarnos. Huimos. Y nos fuimos al paraíso: El Ávila. Mi casa. 




Una vez allí, el ritmo cambió. Los paseos tranquilos por el terreno, el reposo sobre una piedra mirando el mar, el sonido de la naturaleza re-emplazando aquel alboroto de gentes de donde veníamos. El tiempo se detenía antes mis ojos. 

Tres años más tarde vivimos el golpe de Estado que dio Chávez. Otra vez vuelta al Ávila con prisa. Cargados de incertidumbre. Y otra vez el silencio, la tranquilidad que brinda observar la naturaleza quieta, imperecedera. En mi casa del Ávila siempre fue fácil respirar.



También vivimos el deslave de La Guaira en 1999. Cada vez que había una hecatombe, una catástrofe, nuestro refugio seguía siendo El Ávila. Me alegro tanto que mi padre nunca se desprendiera de ese terrenito. 

Echo de menos el olor de la mañana, el calor intenso de mediodía, y el momento en que la noche refrescaba y me ponía un suéter porque se erizaba la piel. 



Ahora, que me parece que el fin del mundo llegó, o al menos algo raro y parecido a lo que había imaginado como cambio radical; estoy en un pisito, bonito, con terraza, pero sin tierra. No puedo ir a mi refugio.  

Echo de menos caminar por la carretera, ver las montañas y el mar. Perder la mirada en el infinito,  extender los instantes, dejar pasar el día sin ninguna novedad más que el aguacate en flor, el mango maduro, el durazno jojoto. 



Allí yo me sentía segura. La naturaleza me mostraba, con su tranquilo respirar, que ella seguiría estando pese a cualquier cambio que a mí me afectara. Ella crecía y se transformaba sin coraza, seguía palpitando pese a tantos debacles. 

Agradezco este involuntario parón, porque sin él no hubiera hecho esas cosas apartadas en los rincones desde hacía cantidad de años. No habría tenido el tiempo para escucharme, reflexionar sin miedo, pensar sin prisa. Dejar rebotar ideas en mi cabeza. He tenido tiempo  para hablar de temas pendientes, para llamar a amigos cercanos y saber de otros que viven lejos. Para limpiar armarios y cambiar espacios por fuera y por dentro. Sin embargo, quisiera estar en mi refugio. 




El Ávila es mi refugio. Ese lugar que guardamos en nuestra memoria como insondable, indestructible, donde buscamos protección. Cada uno tiene el suyo. El mío es aquel, la sencilla casa de mi infancia rodeada de montañas. Me gustaría volver a mi refugio, pero no puedo. Ahora no. 

Respiro, me echo en la improvisada hamaca que colgamos en la minúscula terraza de mi casa, miro el cielo, y dejo que vuelen esos recuerdos que me llevan hasta mi refugio. La naturaleza no la puede reemplazar ninguna pantalla. 




domingo, 5 de enero de 2020

Globos y bombas

En la víspera de la llegada de los Reyes Magos, os regalo un cuento para ilustrar eso que tantas familias venezolanas vivimos.
Irma Borges 


            Cada mes mi mamá y yo armamos la caja para enviar a mis primas que viven en Venezuela.  Esa palabra está llena de misterios. Venezuela. Sé que fui una vez, por las fotos que hay en mi álbum. Yo tenía un año y cinco meses.

            Ya han pasado cinco años, y como tengo memoria de elefante, cuando estoy tranquilo, en mi cabeza aparecen imágenes de cuando estuve allí: en el patio de la casa de mis abuelos había árboles y flores. Recuerdo las matas de mi abuela, sobretodo la que ella llama “monedita”. Ella me dejaba desgranar sus hojas entre mis manitas. Hace poco compramos una igual para nuestra casa. Cuando la toqué me vino el recuerdo y le dije a mi mamá:

            — ¡Esta la tiene la abuela Yola en su casa!—mi mamá me abrazó y se puso a llorar.

          También recuerdo a mi abuelo Emiliano diciéndome: “Come lentejas, come lentejas”.  Él se murió. Mi mamá lloró mucho. Llora mucho.

            Quiero ir a Venezuela, subirme en el árbol de mango del patio de mi abuela, recoger piedras y palos para hacer armas de primitivos y cabañas. Quiero jugar con mis primas. Todos los años las invito a mi fiesta de cumpleaños, pero no pueden venir. Entonces, después, cuando hacemos la caja, metemos dentro una bolsita para cada una con caramelos, jugueticos y globos.

            Este año he tenido una idea: quiero meter los globos inflados. Para mi cumpleaños compramos una bombona de helio, que es una substancia que hace que los globos vuelen, con lo que sobró, los podríamos inflar. Los globos saldrán volando cuando abran la caja. Mis primas se llevarán una sorpresa. ¡Una sorpresa bomba! porque ellas llaman a los globos: bombas.  

            Mi mamá me dice que eso no se puede hacer y comienza a meter todo dentro de la caja: jabones, cremas dentales, las camisetas que yo mismo elegí para mis primas en el centro comercial, bombones, las medicinas para la abuela y para el tío Oscar que tienen la tensión alta, desodorantes y los cotillones de mi cumpleaños. Me da rabia, yo me había imaginado una caja especial, llena de colores, que cuando mis primas la abrieran se pusieran bien contentas.

            —No se puede—repite mi madre.

            No se puede ir, no pueden venir, no me pueden enviar cartas ni dibujos, no caen las llamadas, no se puede esto, no se puede aquello. Estoy harto. Los globos desinflados no tienen gracia.

            Mi mamá me explica que no podemos mandar nada “inflado” que mejor dibujemos unos globos en la caja, que seguro nos quedará bien chévere, esa palabra le encanta. A mí también. Como estoy enfadado le digo que no. Me voy a mi habitación y me pongo a pensar.

            Yo quisiera ir a Venezuela en globo aerostático y llevar yo mismo la caja. Eso sí sería “la bomba”.  A veces cuando me pongo a imaginar me vienen ideas geniales.

            Vuelvo al salón y levanto la caja con todo el peso, la llevo a mi habitación y mi mamá empieza a perder la paciencia:

            —Alex, ¿qué haces?
            Como siempre cuando tengo una idea muy buena y no quiero que mi mamá la sepa, respondo:
            —Nada.
          
Ilustración de Nico para el cuento

            “Gota a gota se llena la… ¡Bomba!”. Desde la habitación grito:
            — ¡Mamá!

        Ella abre la puerta. Señalo hacia la ventana. Mi mamá abre los ojos y comienzan las lágrimas.

       —Mamá, no te preocupes, seguro llegará. ¡Las primas se pondrán tan contentas!

              Me abraza, nos sentamos en el suelo de mi habitación. Desde allí vemos alejarse la caja rodeada de globos y bombas de colores rumbo a Venezuela. 



Ese lugar donde queremos que llegue la caja rodeada de globos y bombas