“Si en algo coinciden los escritores y los psicólogos es en la palabra.
Para los primeros la palabra adquiere vida cuando se escribe (o se dice); para
el segundo, la palabra adquiere vida desde la escucha”
Giovanni Zapata
Hace unos veinte años un cambio
no elegido me llevó a la depresión. Ese llanto en forma de agujero que no
puedes sostener. Mis amigos y mi familia me decían: “no llores” y eso sólo
avivaba la tristeza porque mi corazón estaba transitando una pérdida. Me tocó
crecer de un día para otro. Ahora con el tiempo, lo veo como algo mínimo, pero
en aquel momento me hundió. Afortunadamente alguien, sumergió su mano en aquella marea y me la
tendió. Giovanni.
Fui a su consulta por
recomendación de mi mejor amiga, psicóloga también. Cuando me disculpé por
llorar me dijo: “Llora, llora.” Y esa aceptación de lo inevitable hizo que se cerrara
el canal de la depresión. Le pusimos nombre, le enseñamos a andar y al poco
tiempo entendí que aceptar las emociones nos ayuda a aliviar el dolor.
Durante veinte años he ido
buscando esa mano amiga en momentos en los que las olas me sobrepasaban. No
siempre el mar está tranquilo y sostenerme a flote me cuesta. Veinte años donde
recorrimos caminos desconocidos. A algunos les pusimos nombres y otros siguen
allí esperando ser nombrados.
Hace unas semanas, también me
tocó crecer de un día para otro. Giovanni abrió sus alas y voló. Leí el
mensaje. Podía pasar. Era una posibilidad remota. Pero pasó. Él me enseñó que
transitar la pérdida desde la distancia tiene un proceso diferente en nuestra
psique. La espera, ahora, es mi única aliada. Mientras tanto, la palabra.
No sabía qué hacer, entré en los
recuerdos, busqué tus palabras. Me sentí como una niña pequeña a la que dejan
el primer día de clases en una escuela enorme, llena de pasillos y puertas muy altas. Puertas que, aún, no soy capaz de abrir sin tu ayuda.
Intenté hacer acopio de todas las
imágenes, aquellas que vi a través de las ventanas que me mostraste, y con un
dolor desconocido en mi pecho comencé a juntarlas. Hice un álbum-salvavidas y
escribí allí frases-salvavidas y palabras-salvavidas: la pecera en reposo, la
selección de la ropa en la lavadora, la espiral hacia afuera, los hilos
lanzados, los laberintos, los túneles, el árbol frondoso, mis raíces, mi
equilibrio, mi yo.
“Estas muy trabajada” Me dice a
veces la gente. Y yo pienso: tantos años hablando, y siendo bien escuchada, dan su fruto.
Giovanni, me prestaste tus oídos, tu mirada, y cuando hizo
falta, tu abrazo. No sabías todas las respuestas, y me ayudaste a encontrar las
mías.
En mi vacío hice algo que no había imaginado
que haría, te busqué en internet, en tu blog, parecía una estupidez pero allí había
un tesoro esperándome. Un pequeño corto que me hizo comprender que tu trabajo,
tu acompañamiento, tu escucha me ayudó a transformar mis monstruos, y que sigues
aquí. Fuiste un buceador incansable, siempre alerta para entregar la mejor parte de aquello que no sabía cómo nombrar o sostener.
No estás y sin embargo, no sólo
te echo de menos. No sólo te extrañaré. Mi vida sin la tuya vuelve a cambiar. Crezco.
Vendrán tempestades, pasillos
oscuros que parecerán interminables, puertas entreabiertas que convocan cambios y tu mano ya
no estará allí. Los ojos se vuelven ríos. Miro al suelo. Ando. Puedo crecer,
porque sé que esos peces monstruosos saldrán para convertirse en lo que yo
quiera.
Gracias Giovanni, alma de pescador, alma de buceador, alma de psicólogo.
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