"No digas coche, se dice carro.
No digas sandía, se dice patilla.
No digas gafas, se dice lentes.
No digas polla, se dice güevo.
No digas cortado, se dice marrón.
No digas cacahuete, se dice maní.
Carajo, que no digas, no digas, que no hables así carajo.
(Mi padre los domingos. Tercera cerveza)"
Juan Carlos Méndez Guédez: Una tarde con campanas
Ahora que mi Venezuela está jodida
y radiante, quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa. Ahora
que como dice el magnífico humorista Emilio Lovera somos el primer
país del mundo exportador de venezolanos. Ahora que el juego está “trancao”
y toca contar los tantos a ver que quién gana la partida. Ahora que es
primavera, momento de siembra, y que por este lado del mundo acaba de pasar el
hermoso día de Sant Jordi donde nos regalamos flores y libros, quiero hacer una
breve reseña sobre una novela que me fascinó y me conmovió por dos cosas a la
vez: por ser de un autor contemporáneo con una narrativa diáfana, que narra
aspectos imprescindibles para nosotros los latinoamericanos y por estar escrito
por un venezolano inmigrante.
Una
tarde con campanas, novela finalista del V
Premio de Novela Fernando Quiñones en 2009, nos narra las
emociones de un niño, José Luis, quien sin decidirlo emigra a España desde
Venezuela. El autor no habla de aventuras, ni de encuentros, sino de
realidades y penurias en las que se sobrevive al maltrato y la depresión
porque se hacen cotidianos e inofensivos.
A través de José Luis los que añoramos la infancia volvemos
recuperados de una pesadilla amada. Respiramos, y aliviados encontramos en la
distancia un oasis donde limpiar las heridas .
La fuerza narrativa de Juan carlos Méndez Guédez entra por nuestra
psique despertando el universo cultural dormido: esa Venezuela con sus
palabras, sus sabores, sus costumbres, su rabia y su ternura.
Mientras
leía Una tarde con campanas el
entusiasmo se fue apoderando de mí, es una novela que seduce, como los rumores.
Sus personajes están allí con sus múltiples voces explicándote lo que pasa en
ese recoveco que es el nuevo hogar de José Luis. La historia de ese niño sin
edad, sus narraciones, sus sueños, se parecen a los nuestros, a esas versiones
fantaseadas que nos hacemos cuando buscamos el recuerdo de lo que perdimos.
El
humor también está presente y es otro componente que conquista la lectura.
Ríes, lloras, te asombras, convives con la crueldad y el amor en un mismo
plano. Como si ese escenario que te ha tocado vivir (si sientes empatía con el
protagonista) no puede separarse, es uno
solo. Como si en una esquina se encontraran de frente la fortaleza y la fragilidad
de la infancia.
Fotografía de niños de un barrio en Caracas de Jonas Bendiksen publicada en el libro Yo seré tres mil millones de niños
Los
hermanos mayores de José Luis, personajes de gran belleza literaria, son el
cambio, la posibilidad. Esos seres que te adoptan, te aman y te protegen sin
exigencias. Los que resuelven, que para José Luis puede
haber una vida mejor más allá de un entorno familiar viciado y promiscuo.
En
Una tarde con campanas, podemos
imaginar la inmigración del que viene sin nada que perder y mucho que ganar,
del que se hace una burbuja a medida y no se mueve ni un milímetro de su cultura
aunque esté a más de 7000 Kms de distancia. Pero también somos testigos del recorrido de otros inmigrantes que en las mismas condiciones deciden su
bienestar a toda costa, luchan con sus fantasmas y siguen buscando una mejor
calidad de vida, abonando con su lucha el terreno fértil, viendo oportunidades
donde otros ven tedio.
Venezuela
es un país mestizo, de abundancia, acogedor,
generoso y sobretodo un país que ha sabido integrar y amar a los inmigrantes.
En las últimas décadas ha sido acosada por un discurso demagógico de buenos y
malos, de ricos y pobres, de negros y blancos, de pueblo y oligarquía. Ahora, de
oficialismo y oposición.
Ahora,
que los medios de comunicación están amordazados, que los organismos
internacionales parecen están comprados. Ahora, que agoniza el enorme cerdo que
se come las riquezas económicas, sociales y culturales del país. Ahora, vale la
pena más que nunca acercarse a narradores como Juan Carlos Méndez Guéndez que
nos invitan a recordar donde está una parte de nosotros.
Sueño
con una tarde con campanas en Venezuela, en la que veamos caer el enorme animal
que ensombrece nuestra belleza cultural. Entonces, todos los que ahora no son escuchados,
podrán reconstruir con la mejor narrativa estos años de silencio obligatorio.
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