Para Alejandra Gugliotta, Adimar Charles, María Fernanda Romero, Rubén
Martínez Santana y todos los ex-chichones y chichones que pusieron su “granito de arena”
para celebrar los 40 años de nuestro grupo.
A Dewis, GRACIAS, por seguir...
Cuando empecé
a estudiar Artes en la Universidad Central de Venezuela, vi unos carteles
pegados en los pasillos, donde se anunciaba que se abrían audiciones, para
participar en el Teatro Universitario para Niños El Chichón. Decidí hacer la audición con un
texto de El Día que me Quieras de
José Ignacio Cabrujas. Fue tan bonito, aún recuerdo parte del monólogo de Elvira: “¿Vieron las banderas? Dios mío uno podría
morirse viendo las banderas. Él no….” Qué curioso, justamente una obra cuyos personajes se debaten entre una dictadura y el sueño socialista… ¡Qué grande
Cabrujas! Pero este no es el tema… el tema es El Chichón.
Sin duda, mi
paso por la UCV no hubiese sido tan entrañable de no haber pasado esa
audición; de no haber participado activamente en El Chichón, de no haber respirado el ambiente de aquel sótano del Aula Magna donde ensayábamos, rebuscábamos entre vestuarios y escenografías, archivábamos documentos y obras de teatro, escribíamos la revista El Chichón de Papel, preparábamos
gacetillas de prensa… Porque El Chichón era (ojalá sea aún) más que un grupo de teatro. Era un
espacio que te hacía participar en todos los procesos de creación de una obra
teatral, y aunque era y es “amateur” la verdad es que quienes nos implicábamos, pasábamos
allí más horas que las que dedicábamos a nuestras carreras universitarias.
Este año, El
Chichón cumplió 40 años, y yo desde ésta distancia siento una tremenda deuda
por todo lo que recibí.
Justo en la
época de navidad, preparábamos cuentos para La Patinata, actividades para La Carta al Niño Jesús que escribían los niños y niñas en la Plaza del Rectorado... Y en los
ratos de ocio con mis compañeros, imitábamos los anuncios de los canales de
televisión; hacíamos el divertido "amigo secreto" y las bromas típicas entre magallaneros y aficionados a Los Leones del Caracas, equipos de béisbol venezolano. Hasta nos quedábamos a dormir en el local, para ser los primeros en
tomar chocolate caliente en la mañana, el día de la tradicional Patinata. Era una época de bonanza, de
celebración, de dar.
Chao, Sr. Miedo (1996, obra con la que gané el Premio mejor actriz del TIN)
Cuando Dewis
Durán, actor y director en El Chichón, me escribió para pedirme un vídeo en
conmemoración a los 40 años del grupo, fue una alegría. Los recuerdos llegaron a borbotones y el
entusiasmo de aquella época regresó intacto.
Recordé
aquella rampa por la que bajé deslizándome incontables veces al sótano del Aula
Magna para ensayar; el olor a humedad, que al principio costaba de respirar y luego se hacía tan familiar. Recordé los pasillos donde pintamos los logos de los grupos artísticos que dependen de la Dirección de Cultura de la UCV,
las puertas de nuestros vecinos: Cantalicio, La Trapatiesta, Pisorrojo,
Teatro Universitario. Recordé los viajes a otros lugares de Venezuela en los incómodos autobuses estudiantiles, y los viajes fuera del país para participar en festivales. Los Premios TIN...
Recordé personas: amigos, dramaturgos, directores, coreógrafos, vestuaristas, utileros, escenógrafos, músicos, actores y actrices con quienes compartí un tiempo de mucha calidad. Recordé los estrenos en el Auditorio, el olor a madera, los asientos, las nubes de Calder; las noches de ensayo general hasta las tantas y el misterio del desaparecido Orfeón que se escuchaba después de las doce de la noche tocando en el Aula Magna.
Recordé personas: amigos, dramaturgos, directores, coreógrafos, vestuaristas, utileros, escenógrafos, músicos, actores y actrices con quienes compartí un tiempo de mucha calidad. Recordé los estrenos en el Auditorio, el olor a madera, los asientos, las nubes de Calder; las noches de ensayo general hasta las tantas y el misterio del desaparecido Orfeón que se escuchaba después de las doce de la noche tocando en el Aula Magna.
Recordé una
época en la que hice acopio de experiencias que me han servido durante toda mi
carrera. Para mí, la estancia en El Chichón, fue la semilla que hizo crecer un
frondoso árbol creativo que me da sombra, frutos y flores cuando lo necesito.
Cajita de Arrayanes (1988)
Por eso, GRACIAS CHICHÓN. Gracias Armando Carías, Morelba Domínguez, Juanacho y a todos los que iniciaron esa aventura, por haber plantado la semilla de ese árbol que nos acobijó a tantos estudiantes de la UCV. Gracias por darnos la posibilidad de ser reproductores de esa semilla en otros lugares del mundo.
El Chichón
fue mi casa durante más de cinco años, celebro que esa casa siga existiendo
pese a los vendavales políticos que atraviesa nuestro país. Celebro que haya
personas que aún se deslicen por la rampa que baja hasta los sótanos del Aula
Magna para ensayar y seguir creando, aún en la más absoluta austeridad, teatro
para niños y niñas de calidad. Celebro que haya jóvenes en Venezuela que permita que El
Chichón siga golpeando ¡Duro y a la cabeza!
Este vídeo lo hicimos Rubén Martínez Santana y yo con mucho cariño para El Chichón en sus 40 años
*Había publicado este artículo sin título porque no me venía nada poético que valiera la pena, hasta que recibí un mail de Dewis Durán agradeciendo el texto con una frase bella: "...me hiciste recordar tantos buenos momentos pasados en esos sótanos ahora no tan bulliciosos pero que se resisten al silencio." Es de Dewis pues, este título. Quedan abiertos los comentarios para quien quiera seguir recordando y alimentando este escrito.
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